Las gorras salen al atardecer
El miércoles 18 de noviembre de 2015, mientras la Tierra huye del sol, lo invisible hace acto de presencia en el centro de la ciudad de Córdoba.
*Por Lucía Maina
El gobernador de Córdoba José Manuel De La Sota está parado en un carro. Un carro, de madera, de esos que usan los carreros y las carreras para que un caballo los lleve a recorrer la ciudad juntando nuestra basura para después reciclarla. Está de traje negro, y tiene en las manos unas cadenas amarillas que en el otro extremo sujetan por la boca a cuatro policías. Los cuatro policías están parados y también tienen cadenas en las manos, que sujetan por las muñecas a seis pibes y pibas de gorra que están echados sobre el asfalto. Una estudiante de cine se suma a la bandada de fotógrafos que rodean la escena en la esquina de Colón y Cañada y les saca una foto. Ellos posan, miran. Están ahí para eso: para que sus cuerpos vuelvan imagen una realidad. La realidad que se repite unas 200 veces al día en Córdoba, o sea, cada vez que la policía se lleva preso a un pibe por el Código de Faltas, lo que muchas veces quiere decir por andar caminando por la calle con su piel morocha y su gorra. La realidad que viene denunciando desde hace nueve años la Marcha de la Gorra, esa que ellos, los que están actuando sobre ese carro, están ahora encabezando.
Cinco cuadras y 20 mil personas mas atrás, varias decenas de hombres y mujeres están parados en unos 40 carros, sosteniendo unas riendas que en el otro extremo sujetan la boca de los caballos que cada día los llevan a recorrer la ciudad para juntar nuestra basura y después reciclarla. Faltan unos cuantos carros más que, como suele ocurrirle a los carreros en Córdoba, fueron detenidos por la policía cuando venían desde sus barrios, y que todavía no pudieron llegar al centro.
«Ey! aca!» le grita un nene de unos 9 años desde arriba de uno de los carros a la estudiante de cine que ahora está sacando fotos en la última cuadra de la marcha. Cuando la chica se prepara para disparar, los caballos empiezan a avanzar. Son las 7 de la tarde, y la marcha, que empezaba a las 5, empieza. Al nene no le importa; a pesar de los saltos que sacuden el carro se agarra del borde de madera y pone hombros relajados de modelo. «Eu, hacé cantar que parece que estamo en un velorio!», le grita unos metros más adelante un hombre de gorra gris desde un carro a los dos o tres tipos que caminan adelante de la columna. El ruido de las herraduras sobre el asfalto empieza a mezclarse con un murmullo que quiere ser bullicio, después un par de silbidos, unos aplausos y el canto «Carreros! Unidos! Jamás serán vencidos!», que se repite dos veces y ya pierde todo el quorum.
Es miércoles 18 de noviembre de 2015. Hoy, mientras la Tierra decide atardecer huyendo del sol, lo invisible hace acto de presencia en el centro de la ciudad de Córdoba. A eso vino, desde algún barrio de la periferia que para él es el centro, ese chico bajito y morocho que está unas tres cuadras más adelante que los carreros sumergido en medio de la multitud: a caminar con su gorra por plena avenida Colón sin DNI ni miedo a la policía. A lucir su rostro por la ciudad visible. Y ahí está ahora, parado con las piernas separadas y firmes abajo de un cartel que dice «Berkley International Seguros», tocando el tambor delante de esa vidriera inmensa donde se esconden las oficinas, mirando a la cámara de la estudiante de cine con sonrisa digna. En el momento del disparo, aparecen dos amigos suyos, los dos de gorra: uno corre riéndose para entrar en la postal; el otro corre para escaparse y se apoya en una casilla de gas a mirarlos posar con las manos escondidas en los bolsillos.
Titulares en aerosol
«Ningún pibe nace chorro», dice un cartón que cuelga en la espalda de una estudiante que camina al ritmo de la marcha. Un poco más atrás, un militante de un partido de izquierda sostiene una pancarta a lo alto que vista de frente dice «Nos sobra violencia, nos sobra represión. Ni un pibe menos», y vista de atrás dice «Round Up» con el logo cortado a la mitad de la marca del glifosato de Monsanto.
Unas cuadras más allá, en la esquina de Colón y Cañada, está parado, inmóvil, Diego Dozo. El hombre que es miles de hombres, el hombre que se hizo famoso por desfilar con todo tipo de disfraces por las marchas de Córdoba, mira avanzar a la gente con sus canas brillantes cubiertas por una gorra de oficial y un cartel colgado encima de su camisa azul que dice «Marchar preso nunca más».
En la puerta de la galería Cinerama, una chica se come las uñas con una bolsa enorme de compras entre las piernas: es la primera de una fila de hombres y mujeres que espera sentada a que llegue el bondi mientras mira pasar la multitud. Ahí, en la garita de la parada de colectivo, alguien hace unos minutos escribió con aerosol: «Nos están matando por pobres». «¿Y los desaparecidos en democracia?» pregunta otro escribiendo en la parada de colectivo siguiente en la que ya nadie espera.
«Yo no tengo la culpa de tener este rostro, porque es una obra de mamá y papá», dice a lo largo de toda la persiana de chapa del kiosco que permanece cerrado en la esquina de Colón y General Paz, donde la marcha dobla en dirección a la plaza San Martín. «Mi cara no es tu trabajo», está escrito en la remera roja de un chico con pelo hasta los hombros y lentes estilo John Lennon que pasa adelante de una vidriera donde dos personas miran de frente a la multitud mientras corren en una cinta dentro de un gimnasio.
«Yuta puto» dice bien grande en aerosol rojo en la vidriera del banco Galicia, región de origen del actual gobernador de la provincia. Y abajo, como recordando que estamos en Argentina y que en cuatro días son las elecciones del ballotage para elegir presidente, otro aerosol: «Gane quien gane, gana Monsanto». «No da lo mismo» parece responder un volante con el símbolo comunista que defiende al candidato del peronismo Daniel Scioli y que un nene le da a su madre. Unos metros más adelante, Scioli aparece en un afiche de campaña pegado en una casilla de gas: su cara está cubierta con un stencil por la cara de un pibe de gorra y la inscripción «Pimpollo siempre presente». «Gorras sí, Macri ni ahí», dice el cartel que lleva colgando en el pecho un chico de piel blanca y sin gorra que va caminando una cuadra más adelante.
Gatillos de poesía
El gobernador con su carro, sus policías y sus pibes de gorra se ha ubicado al costado de la marcha, que ya va llegando a su tramo final. Los cientos de hombres y mujeres con sus carros y sus caballos que iban atrás de todo vuelven a casa, a sus barrios: no pueden llegar a la plaza. El protagonismo ahora es de una banda de músicos, que van tocando saxos y trompetas y bailando entre la gente encabezados por un animador que arenga a todos mientras hace subir y bajar una pancarta que dice «Menos policía, más poesía». Atrás de ellos, una organización estudiantil empieza a tirar pirotecnia: las chispas vuelan entre los edificios de la calle General Paz y se pierden en el último resplandor celeste de este miércoles.
La marcha llega a destino al mismo tiempo que la noche llega a la ciudad. Todo parece calculado. En la Plaza San Martín, los organizadores, las organizadoras leen un documento sobre el escenario: «Somos nosotros y nosotras. Somos los pibes y las pibas de los barrios, de los bailes y las canchas, de las cárceles de todo el país. Somos las trabajadoras y los trabajadores que luchamos todos los días por la dignidad; que soportamos la explotación, el salario bajo y la represión de la cana cuando protestamos. Somos las trabajadoras sexuales históricamente criminalizadas, asesinadas en la clandestinidad, golpeadas y perseguidas por los gobiernos que son cómplices de los responsables de la trata y el proxenetismo. Somos las y los estudiantes que luchamos por la educación pública, gratuita, de calidad y laica. Somos artesanos y artesanas, carreros, somos quienes impedimos que Monsanto se instale en Córdoba y quienes luchamos para que Porta se vaya de nuestros barrios. Somos las radios abiertas y comunitarias, los medios alternativos. Somos las murgas y los movimientos culturales. Somos mujeres y varones hartxs de que nos maten por el sistema machista hetero patriarcal».
Los Familiares de las Víctimas de Gatillo Fácil suben al escenario, hablan, dicen su bronca digna, dicen que sus hijos no son basura para que la policía los mate así, y empiezan a nombrarlos, uno por uno: «Nicolás Nadal, Christian Guevara, Exequiel Avila, Miguel Angel Torres, Lautaro Torres, Matías Paneta, Exequiel Barrasa, Facundo Rivera Alegre, Yamila Cuello, Güere Pellico, Ivan Rivadero, Vanesa Castaño, David Moreno, Jorge Reyna, Rodrigo Sánchez, Ismael Sosa, Brian Pimpollo Guaima, Rodrigo Sanso. VÍCTIMAS DE LA REPRESIÓN DEL ESTADO: ¡PRESENTES! VÍCTIMAS DE LA REPRESIÓN DEL ESTADO: ¡PRESENTES! AHORA ¡Y SIEMPRE! AHORA ¡Y SIEMPRE! AHORA ¡Y SIEMPRE!».
Cada «Presentes», cada «Y Siempre» es gritado por las miles de personas que están en la plaza, y así se repite el mismo coro que cada 24 de marzo recuerda a los desaparecidos hace casi 40 años por la dictadura militar. Frente al Cabildo una piel de gallina recubre los cuerpos que escuchan su propio grito contra la muerte y la injusticia sonar en el eco de otras voces. Las calles, las esquinas, los negocios, los edificios oscurecen: dejan de ser lo que eran. La noche empieza y obliga al centro de la ciudad de Córdoba a mirar cómo lo que parecía amarillo, azul, rojo, violeta, sin el maquillaje del sol, se rebela negro. La marcha de la gorra termina bailando, cantando, y obliga al centro de la ciudad de Córdoba a escuchar cómo, en plena oscuridad, puede sonar el cuarteto y el rap, la alegría y la bronca, la dignidad y la poesía.