La calle es nuestra

Comandadas por un gobierno fascista, las fuerzas de seguridad se alimentan de los prejuicios de una sociedad racista que prefiere ver a un pibe muerto antes que ceder un centímetro de sus plazas, de sus negocios, de sus calles. De espacios generados a cuesta de todos, pero que no quieren compartir.
“Que los negros no lleguen al centro”, parece decir el jefe y los soldaditos engarrotados responden con creces. Con detenciones arbitrarias. Con corralitos. Con gatillo fácil. Pero las gorras se rebelan, y al jefe le gusta menos cuando los de abajo resisten que cuando los de arriba saquean: “son unos salvajes”, dice, mientras le pone un cartel que dice “complejo educacional” a una prisión.
Un cartel que dice “CAP” a un grupo de tareas. Un cartel de “democracia” a esta falacia. Pero el jefe no sabe que cuanto más aprieta, con más fuerza vamos a salir. Y a gritar con total convicción: “Más vale gorras embrollando, que la policía matando”.
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